lunes, 15 de diciembre de 2008

REFLEXIONES 17

Hola, queridos amigos!
· Como sabrás, nos acercamos nuevamente a la fiesta de mi cumpleaños. Todos los años se hace una gran fiesta en mi honor. Y creo que este año sucederá lo mismo.
· En estos días la gente hace muchas compras; hay anuncios en la radio, en la televisión y por todas partes no se habla de otra cosa sino de lo poco que falta para llegue el día.
· La verdad es agradable saber que, al menos, un día del año, algunas personas piensan un poco en mí.
· Como tú sabes, hace muchos años que empezaron a festejar mi cumpleaños. Al principio parecían comprender y agradecer lo mucho que hice por ellos; pero hoy en día casi nadie sabe para qué lo celebra. La gente se reúne y se divierte mucho, pero no sabe de qué se trata.
· Recuerdo que el año pasado, al llegar el día de mi cumpleaños, hicieron una gran fiesta en mi honor pero, ¿Sabes qué cosa? ¡ Ni siquiera me invitaron! Yo era el invitado de honor y ¡ni siquiera se acordaron de invitarme! La fiesta era para mí y cuando llegó el gran día me dejaron afuera, me cerraron la puerta, y yo quería compartir la mesa con ellos. (Apocalipsis 3, 20).
· La verdad, no me sorprendió porque en los últimos años sucede con frecuencia: todos cierran las puertas.
· Como no me invitaron, se me ocurrió entrar sin hacer ruido. Entré y quedé en un rincón.
· Estaban todos bebiendo. Había algunos borrachos contando chistes, carcajeándose. La estaban pasando en grande. Para colmo, llegó un viejo gordo vestido de rojo, de barba blanca y gritando: ¡Jo! ¡Jo! ¡Jo! Parecía haber bebido de más. Se dejó caer pesadamente en un sillón y todos los niños corrieron hacia él diciendo: ¡Santa Claus! ¡Como si la fiesta fuera en su honor!
· Dieron las doce de la noche y todos comenzaron a abrazarse. Yo extendí mis brazos, esperando que alguien me abrazara y ¿Sabes? Nadie me quiso abrazar.
· Comprendí entonces que yo sobraba en la fiesta. Salí sin hacer ruido, cerré la puerta y me retiré.
· Tal vez creas que yo nunca lloro, pero esa noche me sentía tan deprimido como un perro abandonado, triste y solitario.
JESUCRISTO.
Abramos la puerta de nuestro corazón a Jesús, abracémoslo amorosamente y tengámoslo como nuestro invitado especial.
(Parte del texto, recopilado por el Profr. Juan Orcillez Guzmán.